Secretos bien guardados

Secretos bien guardados

Luego del período de pandemia, cuando todas las mediaciones eran sólo virtuales y después regresamos lentamente a la presencialidad, tuvimos un caso cuya carátula no difería de muchas otras que ya habíamos trabajado: un caso de filiación. Siempre digo que cada caso es único e irrepetible, porque el tema central es uno, pero difiere en sus matices, porque las personas son otras, porque los contextos también son diferentes. 

En este caso ingresaron a nuestra sala de mediación una joven de unos 30 y pico de años (Elena) y un señor mayor, quien se presentó como su abogado. Nos relataron que estaban allí porque habían solicitado el procedimiento para que la joven fuera reconocida por su padre. Contaron que toda la vida de ella había transcurrido desconociendo la identidad de su progenitor porque su madre se había negado a revelárselo, pero que hacía poco tiempo ella había fallecido y en sus últimos momentos de vida le había expresado que su padre era uno de los hijos del patrón, donde ella había trabajado toda la vida y también ambas habían vivido en esa casa hasta que la hija contrajo matrimonio. Eran de una localidad del interior de Córdoba y los “patrones” (así los llamaba ella) eran gente de mucho campo y de mucho dinero. Ambas vivieron allí siempre; ella creció con los otros niños de la casa, hijos de empleadores y empleados, aunque manteniendo las diferencias socioeconómicas de ambos grupos. El requerido no estaba presente porque no había sido correctamente notificado, con lo cual, descripción mediante de la ubicación del campo, se programó una segunda reunión. 

En este segundo encuentro, Elena y su abogado ingresaron primero y a continuación un señor de unos 60 años con otra joven: el requerido y su abogada. Un señor muy bien vestido y muy cuidadoso en sus gestos y modales. Cuando les explicamos por qué se los convocaba, el Sr. Fuentes -supuesto padre de Elena- no salía de su sorpresa. Según sus dichos, “jamás la mamá de ella”, le había manifestado que la niña era hija suya. Luego de escuchar esto le preguntó a su letrada qué debía hacer, a lo cual ella le contestó que un examen de ADN, porque sí era su hija debía reconocerla. El señor miró a Elena y le dijo: “Entonces, eso haremos”. 

La abogada del Sr. Fuentes nos avisó por teléfono cuando estuvieron los resultados del estudio. No quedaron dudas de que la joven era su hija. Se cumplió con el procedimiento en el que se firmó un acuerdo que manifestaba que irían al Registro Civil para realizar los trámites correspondientes y a los mediadores no nos quedaron dudas de que así fue. Lo triste y difícil, fue la frialdad de la joven para quien era su padre; sólo quería ser incorporada urgentemente en la herencia. Todo el proceso fue realizado de manera respetuosa, correcta, medida; no hubo reclamos ni gritos ni reproches pero sí una sensación de carencia de afectos, de un mínimo reconocimiento del otro, de una invitación a compartir algo por el tiempo no vivido como padre e hija. El Sr. Fuentes manifestó en todo momento que, así como nunca la madre le había dicho a ella quién era su padre, tampoco lo sabía él. Es decir, quien tenía las respuestas de todo este ocultamiento no estaba ya presente.

Sí bien se resolvió con justicia porque ella recibiría lo mismo o algo parecido a sus hermanos, nunca podría reparar lo que Elena sentía había perdido: una infancia, una adolescencia diferente. A pesar de haberse realizado una mediación en paz, los mediadores -quienes también estamos traspasados por estas historias de la gente- nos quedamos con sabor a poco. Quedaba en manos del Sr. Fuentes, quien era el adulto, el padre que no fue o no dejaron ser, en tratar de acercarse a esta hija y construir un nuevo vínculo; siempre hay tiempo para generar un nuevo afecto, una nueva relación y -en Elena- entender que quizás ambos habían sido víctimas del silencio de la madre: poder perdonarse para encontrarse.  

 

Fuente: https://comercioyjusticia.info/opinion/secretos-bien-guardados/

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