En el debate actual sobre la IA, se repite con frecuencia la idea de que los sistemas “alucinan” cuando ofrecen respuestas incorrectas. Pero esto encierra una confusión: la IA no alucina; quien alucina es el operador que cree que la máquina debe ser perfecta y que, además, le traslada una responsabilidad que nunca le corresponde.

La ilusión de la infalibilidad tecnológica es antigua. Sucedió con la calculadora, con los procesadores de texto y con los buscadores. Hoy, con la IA generativa, muchos esperan documentos terminados y exactos sin necesidad de intervención humana. Ese es el verdadero error.

La IA debe entenderse como un asistente poderoso, no como garante de la verdad. El deber ético de verificar, corregir y validar la información recae siempre en el profesional que la utiliza.

📌 Hablar de “alucinación” en IA es un despropósito: la máquina no sueña ni delira; procesa datos. Quien alucina es el usuario que espera perfección y abdica de su rol crítico.

En definitiva, lo que está en juego no es la precisión matemática de la tecnología, sino el compromiso ético de quienes la usamos.
Más que exigirle a la IA que sea perfecta, debemos exigirnos a nosotros mismos ser responsables.
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