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Fotograma del filme Ni dios, ni patrón, ni marido, de Laura Mañá, sobre la vida de Virginia Bolten.

Es el 2 de mayo de 1890. El diario La Capital, de Rosario, informa sobre la manifestación que, el día anterior, conmemoró a los mártires de Chicago en la Plaza López. Una joven mujer encabezaba la columna obrera con una bandera negra que, con letras rojas, decía "Primero de Mayo, Fraternidad Universal. Los trabajadores de Rosario cumplimos las disposiciones del Comité Obrero Internacional de París". Esa mujer fue la primera que, en Argentina, habló en una concentración de trabajadores; lo que le valió ser arrestada por alterar el orden social. Dicen que era la anarquista Virginia Bolten, algo poco probable teniendo en cuenta las recientes investigaciones que demuestran que, para ese entonces, tendría apenas catorce años.

Fue allí, en Rosario, donde obreros de todas las nacionalidades y de distintas provincias, compartían extenuantes jornadas de 12 horas en la Refinería Argentina –"el establecimiento industrial más grande de Rosario y acaso de la República", como escribió Bialet Massé. Eran 150 obreros en esa fábrica, de los cuales 120 eran extranjeros; un plantel que aumentaba a 460 en la temporada de mayor producción. Vivían alrededor de la fábrica, donde se fue formando un barrio obrero al que se sumaban los trabajadores del ferrocarril y del puerto, con sus familias.

En esa fábrica también trabajó Virginia Bolten, y también se afincó en el barrio Refinería. Bialet Massé la describe en su célebre Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior, de 1904: "Hay en Rosario una joven puntana de palabra enérgica y dominante que arrastra a las multitudes; más enérgica que Louise Michel…". De aquella refinería de azúcar fue despedida por exigir mejores condiciones de trabajo para las mujeres. Para 1902, hay quienes la ubican denunciando a viva voz la Ley de Residencia que perseguía a los socialistas y anarquistas extranjeros en Argentina, durante el acto del 1º de Mayo que se realizaba en Montevideo. Y más tarde, de regreso al país, se le adjudica liderar una huelga de choferes de tranvías en Rosario, movilizar a los trabajadores del Mercado de Frutos de Buenos Aires, participar en la huelga de inquilinos de 1907...

Poco importa si era Virginia o era otra joven mujer la que habló por primera vez en un acto obrero en la Argentina, en 1890, cuando hacía apenas cuatro años que los luchadores obreros internacionalistas de Chicago habían sido ahorcados. Las mujeres anarquistas y socialistas fueron las grandes y entusiastas organizadoras del movimiento obrero argentino, contagiando con sus discursos encendidos, el internacionalismo proletario que era su bandera.

Las mujeres anarquistas y socialistas fueron las grandes y entusiastas organizadoras del movimiento obrero argentino, contagiando con sus discursos encendidos, el internacionalismo proletario que era su bandera.

La socialdemocracia terminó hablando de socialismo e internacionalismo, sólo ritualmente, en los actos del 1º de Mayo, pero esas banderas lejos estaban de su práctica militante cotidiana. Sin embargo, el internacionalismo proletario no es apenas una bandera de ocasión, es una necesidad para la clase trabajadora si pretende vencer las divisiones artificiales que le impone la burguesía, mientras los imperialismos cuentan con instituciones internacionales que mantienen a los pueblos oprimidos y se preparan para derrotar cada intento de los explotados por expropiar a los capitalistas y construir su propio estado.

A  años de aquella revuelta obrera por las jornadas de ocho horas, las mujeres constituyen una fuerza numerosa de la clase trabajadora. Millones de asalariadas que reciben menor paga que sus compañeros, que son la mayoría de los precarizados, que siguen cargando con el trabajo no remunerado que siguen haciendo en sus hogares, que mantienen solas a sus hijos, que aún mueren por las consecuencias de los abortos inseguros, que aún son desestimadas cuando denuncian la violencia de la que son víctimas.

Algunas eligen seguir el camino de aquellas Virginias de fines del siglo XIX. Son las que –parafraseando a Trotsky- no ambicionan sólo que su partido tenga más afiliados, que venda más periódicos y que consiga más diputados en los parlamentos. Son las que saben que todo eso es un medio, pero que tienen claro que su objetivo es la total liberación, material y espiritual, de los trabajadores y de los explotados por medio de la revolución socialista. Son las que saben que si no lo hacen ellas –junto a sus compañeros-, nadie la preparará ni la dirigirá. Saben, como dice la canción que el remolino que remueve esta miseria en decadencia, tiene rostro de mujer.... Y confían en sus propias fuerzas, que son las de la misma clase internacional que las ha parido a la lucha.

 

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