Por María Lladó Pol | Abogada & Mediadora Online
El Dr. Mateo Valero, director del Barcelona Supercomputing Center, suele recordar que estamos ante un cambio de paradigma tecnológico: una transformación profunda donde la inteligencia artificial, los datos y la supercomputación no son herramientas del futuro, sino realidades del presente.
Desde su visión —tan humanista como científica—, Valero insiste en que la sociedad debe empoderarse para entender la IA, controlarla y orientarla hacia fines éticos y sociales. Porque, aunque la IA se construya con códigos, su impacto se mide en vidas humanas, decisiones y emociones.
De la supercomputación a las Ciencias Sociales
El BSC impulsa la creación de un Laboratorio de Ciencias Sociales y Humanidades Computacionales (CSSH), cuyo propósito es claro:
“Preparar las Ciencias Sociales y Humanidades para beneficiarse de la era de los datos y la IA.”
Detrás de esta iniciativa late una idea poderosa: la tecnología necesita comprender a las personas tanto como las personas deben comprender la tecnología. Ahí es donde la mediación —como ciencia del diálogo— encuentra su espacio natural.
La mediación como interfaz humana de la IA
En un mundo regido por algoritmos, la mediación emerge como una interfaz humana imprescindible. No solo porque traduce conflictos, sino porque enseña a dialogar con el otro, a escuchar antes de responder… justo lo que la IA aún no sabe hacer del todo.
Mientras los ingenieros enseñan a las máquinas a “aprender”, los mediadores enseñamos a las personas a comprender. Esa diferencia semántica es también ética.
La IA puede procesar millones de datos, pero no puede reparar una relación, restituir la confianza ni reconstruir un acuerdo emocional. Por eso, el desafío no es reemplazar la mediación con tecnología, sino potenciarla con tecnología responsable.
Datos, ética y soberanía del diálogo
Valero advierte que Europa debe proteger sus datos y su soberanía digital. De la misma forma, los mediadores debemos proteger la soberanía del diálogo, esa zona en la que los conflictos humanos no pueden delegarse a un algoritmo.
Si los datos son el combustible de la IA, la empatía es el combustible de la mediación. Y cuando ambas se encuentran —la precisión de los datos y la humanidad del diálogo—, nace una nueva forma de justicia: más ágil, más accesible y más humana.
Conclusión
La mediación, lejos de quedar rezagada, puede convertirse en el puente entre las ciencias sociales y la inteligencia artificial. Un puente donde la tecnología no sustituya al ser humano, sino que lo acompañe a comprender mejor su propia complejidad.
Porque como diría el propio Mateo Valero, “no se trata de usar la IA, sino de entenderla”. Y en eso, los mediadores tenemos mucho que aportar.
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