La clase 9 del Programa de Formación en Mediación con Certificación Internacional, con el Dr. Alejandro Nató, nos volvió a demostrar algo que cada vez tengo más claro:
que la mediación no se aprende solo desde la técnica, sino desde una mirada humana, social y profundamente ética del conflicto.
Nató tiene una capacidad especial para iluminar lo complejo sin simplificarlo. Sus explicaciones no solo ordenan ideas: despiertan comprensión. Y eso, para quienes trabajamos entre personas, culturas y sistemas distintos, es tan valioso como necesario.
1. Causa → Demanda → Efectos: una forma de pensar el conflicto que abre puertas
El Dr. Nató nos llevó a recorrer la secuencia esencial del conflicto:
La causa: aquello que desencadena, a veces visible, otras veces oculto.
La demanda: lo que la persona cree que necesita, su expresión inmediata del problema.
Los efectos: el impacto en su entorno, sus relaciones, su contexto social.
Mirar el conflicto así —desde su origen hasta sus repercusiones— nos recuerda que nada ocurre en aislamiento. Incluso un problema individual tiene un eco colectivo. Y ahí empieza la responsabilidad del mediador.
2. El conflicto instalado: aún es posible educar, transformar y prevenir
Una de las ideas más poderosas de la clase fue esta:
El conflicto instalado también es un espacio educativo.
No llegamos tarde. Nunca llegamos tarde.
Incluso cuando las tensiones ya han escalado, hay un margen enorme para:
comprender narrativas,
identificar patrones,
desactivar círculos viciosos,
y sembrar semillas para que no se repitan en el futuro.
La intervención no es solo resolución: es prevención futura.
Es una forma de acompañar procesos humanos para que el daño no se repita y las relaciones puedan reconstruirse.
3. ¿Quién puede desenmarañar el conflicto? La pregunta que define la profesión
Nató nos dejó una pregunta clave:
¿Quién es la persona capaz de desenmarañar un conflicto?
Y la respuesta no es un cargo ni un título. Es una combinación de habilidades humanas que no se improvisan:
sensibilidad,
observación,
escucha profunda,
capacidad de leer contexto,
neutralidad consciente,
y una enorme responsabilidad ética.
Ese “quién” es lo que define el valor del mediador. No es un tercero cualquiera. Es alguien que entiende que el conflicto no se divide: se comprende.
4. Enseñanzas que trascienden el aula
Cada clase con el Dr. Nató deja algo más que información. Deja visión.
Nos recuerda que la mediación no es solo un recurso técnico, sino una práctica que:
transforma entornos,
empodera a las personas,
fortalece comunidades,
y reconstruye tejido social.
Su mirada conecta lo individual con lo colectivo, lo urgente con lo esencial, lo inmediato con lo profundo.
Ese es el tipo de enseñanza que forma profesionales capaces de intervenir en lo humano sin perder de vista lo social.
5. Una reflexión personal
Cada clase que recibo —desde el IMI, desde ODR, desde voces tan referentes como Nató— me confirma que esta profesión exige algo que la tecnología nunca podrá reemplazar:
la humanidad del mediador.
Y, al mismo tiempo, exige que sigamos aprendiendo, ampliando capacidades, observando más allá de lo evidente.
Para mí, escuchar al Dr. Nató siempre es una experiencia de claridad. Sus palabras no solo explican: invitan a pensar mejor, a intervenir mejor y a ser mejores profesionales.
Conclusión
La mediación no es una técnica aislada. Es una práctica que se nutre de humanidad, análisis, sensibilidad y compromiso social.
Profesionales como el Dr. Alejandro Nató no solo enseñan contenido: enseñan a ver.
Y ver —de verdad— es el primer paso para transformar.
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